1 de mayo de 2010

El Capitán Blue Moon


Pariendo un Superhéroe

El Capitán Blue Moon es un tipo peculiar. Le gusta lamer el rocío de las farolas y escupir a los ojos de las mujeres embarazadas. Contaba con el respeto y admiración de todos los ciudadanos, hasta aquel fatídico día, y no me refiero al día en el que se cruzó con una embarazada mientras jugueteaba con un palillo entre los dientes, aquello fue considerado como un desafortunado incidente.

Los hombres-cangrejos, de forma humana con diminutos ojos saltones de crustáceo, se agruparon en el puerto. Todo hacía indicar que se preparaban para ejecutar algún malévolo plan del Profesor Dildo, como iba siendo costumbre. La última vez, hace varias semanas, espoleó a los descerebrados hombres-cangrejos para que pellizcaran a los niños y niñas que jugaban en los parques de la ciudad. Aquello fue terrible, todos llorando y con los bracitos doloridos y enrojecidos, poco pudieron hacer las madres y sus bolsos.
Varios vigilantes portuarios, previniendo el ataque, alertaron a las autoridades locales, y estos hicieron lo propio con el Capitán Blue Moon, activando un potente haz de luz sobre el balcón de su casa, quien acudió raudo y veloz al lugar, después de que el Comisario Zarzadillo le explicara por teléfono en que parada debía efectuar el trasbordo. El Blue Moon Móvil estaba siendo reparado en el "Taller Manolo".
- Uh, esto va a ser cosa de la trocola - le dijo Manolo, el mecánico, mientras trataba de limpiar de grasa sus manos con un trapo que no parecía haber conocido lavadora, citándolo para el mes siguiente, y hasta entonces debía combatir al crimen con el bono bus.
Los hombres-cangrejos podían parecer desarmados e inofensivos por su escuálida apariencia, pero era bien sabido, y temido, por todos la rapidez y precisión quirúrgica con la que podían llegar a pellizcarte, resultaba sumamente doloroso y humillante, sobre todo humillante sucumbir ante una avalancha de pellizcos, pero el Capitán Blue Moon era diferente, su arrojo y valor desmedido no le permitía temer a nada ni a nadie. Los hombres-cangrejos se giraron hacia aquella esbelta figura que irrumpió en el puerto, cuya orgullosa pose se recortada contra el alba. Un sudor frío le recorría la frente, junto a él, una gota de rocío se deslizaba lentamente sobre la metálica superficie de una farola, amenazando con desaparecer. Aquella gota iba a caer, iba a perderse para siempre y el Capitán Blue Moon no podía permitir tal perdida, los hombres-cangrejo deberían esperar.
La diminuta radio roja sobre una pila de palés en medio del centenar de hombres-cangrejo escupió unas palabras enérgicas llenas de premura y odio, aunque inaudibles para el Capitán Blue Moon, quien relamía la farola hasta el último resquicio de la herrumbrosa superficie. Sin duda era la señal que estaban esperando.
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